El Puente del Diablo

El Diablo (de Catrín)

Amor: palabra mágica que desquicia al pensamiento humano haciendo que el hombre tímido y cobarde, se vuelva valiente, al valiente arrojado y al arrojado, audaz en el amor.

La leyenda nos narra que hace cientos de años existía en los vericuetos de una de las barrancas de Taxco, un matrimonio indígena que, no obstante su ignorancia, creía en la existencia de un ser superior a sus dioses. Ese matrimonio se componía de cinco hijos, siendo el primogénito: Juan, quien a sus diecisiete primaveras sentía latir su corazón y hervir su sangre por el amor de una doncella bronceada por el sol y templada en los quehaceres domésticos. Ambos se conocían a pesar de que uno vivía a un lado de la barranca y la otra al lado opuesto.

El amor no se hizo esperar y vino el idilio en medio del más riguroso sigilo por temor a los padres. El ¡ndígena enamorado tenía que atravesar la barranca a cada cita de amor, pisando con mucho cuidado sobre las piedras que formaban el tepanole para no resbalar, ya que la oscuridad de la noche hacía más difícil la travesía para llegar hasta la amada.

Los intervalos del tiempo que sucedían eran aprovechados para decirse cosas bonitas. Cosas de amor, cada vez que el amado tenia la dicha de atravesar el barranco, en medio de la densa oscuridad de la noche.

Puente de Navarro

En una de tantas travesías. Y al borde del barranco por donde pasaba. Estaba sentado sobre una piedra, un apuesto mancebo vestido a la usanza de la época, quien al ver venir a Juan, se levantó saludándolo por su nombre. Asombrado Juan, le preguntó: ¿quién eres tú y cómo te llamas? Contestando con mucha cortesía, el desconocido dijo: soy tu amigo, quiero ayudarte a pasar esta barranca tan oscura. Juan le dijo: ¿en qué más me puedes ayudar? Y el amigo contestó: soy poderoso y colgaré un puente para que pasemos los dos. Inmediatamente apareció un puente colgante.

Vente, te acompaño a pasar, le dijo y ambos se dirigieron al lugar. Juan llegó hasta donde lo esperaba la enamorada novia. Él, nervioso e inquieto más de lo acostumbrado, sentía que su corazón daba vuelcos por una incertidumbre interior, y pronto se despidió de ella encaminando sus pasos hacia el puente.

Puente de Navarro

Ahí sentado lo esperaba su amigo. Siempre afectuoso y atento, quien aprovechando cualquier movimiento de Juan. Ya que no podía penetrar su pensamiento. Pero si sus acciones, volvió a interrogarle: ¿quieres que te siga ayudando, ya que te he escogido para mi amigo?.

Lo haré, pero eso sí, necesito de ti una recompensa, y será que el primer hijo de tu matrimonio me lo des en cuerpo y alma. Ante tal petición, Juan se estremeció. No te extrañes, dijo el mancebo, dame un abrazo en señal de compromiso, y quedaré estampado en tu propio cuerpo, ya que no sabes escribir para que lo hicieras con tu propia sangre. Retrocedió el indígena quien en ese instante se acordó e hizo lo que el fraile-misionero le había enseñado: temeroso y agitado hizo la senal de la cruz.

Instantaneamente el diablo, que era el mancebo qué le acompañaba, se hundió en el abismo de la oscuridad, crujió él puente y todo quedó en la nada, solo permaneció, un olor pestilente a pólvora y azufre quemado. Solo Juan y el barranco fueron testigos de esta leyenda. Hoy, el puente de Navarro, en aquel entonces, anonimato del lugar.




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